Sala
Cuando tenía diez años, a Mauricio Fernández Garza un anticuario le regaló su primera pieza: una fina licorera alemana del siglo XIX grabada con escenas campestres. Desde esa temprana edad ya sabía lo que más tarde dejaría por escrito: “toda antigüedad es un espacio previamente habitado”. En efecto, el coleccionismo le venía de familia. Tanto su abuelo, el ingeniero Roberto Garza Sada, como su madre, doña Márgara, reunieron obras y acervos de importancia. De ellos heredó su amor por las artes y el gusto por la ciencia. Pero su aventura personal en busca de lo “único” lo llevó a desarrollar investigaciones, viajes y exploraciones.